dormir en la quintería
porque rondan los gañanes y
y yo me muero de envidia.
Zarzuela “La rosa del azafrán” de Jacinto Guerrero
Cuando los rayos de sol serpenteando por entre las últimas estrellas, buscan cualquier resquicio por donde asomarse, los gañanes llevan ya un buen rato aparejando las mulas para partir al corte.
El carro ya dispuesto con su añadíos, para poder transportar más cantidad de cosecha, espera entre las penumbras del corral ser uncido a las caballerías.
Por todos los caminos del pueblo entre las brumas del amanecer, se adivinan dispersos, carros y hombres, conjugando su silueta con la línea difusa del horizonte, según se van adentrando por los campos madridejenses.
Llevan avío para varios días en los esportillos. Harán noche en las Quinterías…El Cerrillo, La Casa Camas, La Casa la Pía y otras similares, los acogerán por una temporada.
Cuando llegan, mientras el capataz recoge las mulas dentro de la casa, los aceituneros se van adentrando entre los olivos para recolectar el preciado fruto. Los hombres lo harán ordeñando las olivas, las mujeres y los niños cogiendo los solares, escarbando entre las piedras para encontrar semienterradas las aceitunas caídas. Las mañanas son gélidas y los dedos se entumecen por el frío, llega un momento que no responden a los estímulos y hay que frotarlos para cerciorarse que siguen ahí. Más tarde se podrán calentar un poco cuando el capataz los llame para almorzar las gachas, luego hasta la hora de comer el mojete, trabajarán de una tirada.
Las míseras ropas que visten apenas abrigan los cuerpos ateridos en las mañanas invernales, los más afortunados, disponen de una anguarina para protegerse del reseco, el resto, la mayoría, se tienen que contentar con las blusas remendadas varias veces y siempre de un color distinto al original. Las mujeres se protegen con sayas, refajos y pañuelos anudados en la parte posterior de la cabeza, lo hacen tapándose la boca, para intentar filtrar el frío hiriente que se cuela por cualquier resquicio.
Cuando termina la jornada laboral, ya la luz del día hace tiempo que se ha tornado en semioscuridad, la niebla ha empezado a extenderse y se aferra a los troncos de los olivos, haciéndolos flotar sin ningún tipo de amarre a la tierra.
Para cenar habichuelas, todos alrededor de la fuente, mojando el pan duro que llevaron el primer día con el avío y con la ropa de trabajo de varias jornadas.
A la luz de los candiles y del fuego de las chimeneas, se cuentan chistes y chascarrillos, a veces, alguien rasga una guitarra vieja y desportillada y se arrancan a cantar los más bullangueros, otras, es un acordeón medio roto el que pone algo de música en la noche.
El aliento y el calor de las mulas se mezcla con los de la cuadrilla, que tirados en montones de paja, con sólo una manta raída para arroparse, duermen todos juntos, hacinados, compartiendo espacio y miseria dentro de la quintería.
Los más jóvenes, siempre dispuestos a esquivar el tedio, van a las quinterías vecinas, allí entre coplas, juegos y requiebros, consiguen enamorar y enamorarse y así con la ilusión gratuita de una nueva conquista, encelar el tiempo y engañarle hasta poder regresar al pueblo.
QUINTERÍAS
Son construcciones populares y genuinamente manchegas, son austeras, generalmente construidas con tierra prensada yeso y cal que lentamente están desapareciendo de nuestro paisaje rural.
Las quinterías eran edificaciones destinadas a los gañanes encargados de trabajar las tierras colindantes, pernoctaban en ellas y les servían como albergue para varios días o como lugar de trabajo. Las más comunes tienen una sola planta y un altillo para el pajar, patio, corral, cuadras y cocina. En algunas, si el propietario disponía de una economía desahogada, tenían habitaciones, para alojarse los dueños. La entrada al patio se hacía a través de una portada de grandes dimensiones, delimitada por unos poyos de mampostería que servían de asiento.
Aparte de la acepción anteriormente citada, hay otra muy localista: “Irse de quintería o estar de quintería”. Era el significado dado por los gañanes que estaban durante los días que duraban las distintas recolecciones hospedados dentro de la construcción.
Fernando Jiménez de Gregorio en su libro “Los pueblos de la provincia de Toledo hasta finalizar el siglo XVIII”, en el apartado de Madridejos dice: “Aunque en el término se levantan treinta y una quinterías, su población no es permanente, residiendo todo el vecindario en el núcleo urbano”.
Pero por encima de todo, las quinterías fueron la representación de una sociedad rural, en la que la escasez de alimentos, la falta de condiciones higiénicas y de todo tipo primaba por encima de cualquier sesgo folklórico, que pudiera disipar las durísimas condiciones de vida que tuvieron nuestros antepasados.
Niños de nueve años, e incluso más pequeños, mujeres y hombres, ya en el umbral de la ancianidad, trabajaban de sol a sol muchas veces solo por “la manutención”.
Si bien es cierto que, en torno a las quinterías surgió un folklore costumbrista y tradicional, esto no debe hacernos perder la perspectiva de englobar dicho folklore en el espacio, tiempo y condiciones vitales en los que se desarrolló.
Texto: Teresa Galán Brazal
Fotos: José María Moreno García