Cualquiera que se haya acercado a conocer la vida de Federico García Lorca, aparte de admirar su inquieto espíritu creativo y crítico, habrá podido comprobar que también era un alma viajera. Todos conocen sus versos sobre Nueva York y Cuba, escritos después de visitar esos lugares. Ya de estudiante en su tierra conoció diversos lugares de España y es de sobra conocido su encuentro con Antonio Machado en Baeza.
Por eso no es de extrañar que en su llegada a Madrid para estudiar en la Residencia de Estudiantes se integrara en el grupo de Teatro Universitario “La Barraca”, cuyo objetivo era llevar, extender y dar a conocer las grandes obras del teatro clásico español por todo lo largo y ancho de la geografía española. Sobre todo a zonas con poca actividad cultural. Se trataba de una especie de compañía ambulante; al igual que las compañías de teatro de nuestro Siglo de Oro.
“La Barraca” contó con el apoyo de Fernando de los Ríos-entonces ministro de Instrucción Pública- y su labor fue complementaria a la realizada por Alejandro Casona y el Teatro del Pueblo, siguiendo el proyecto de Misiones Pedagógicas, creado a partir de una idea de Giner de los Ríos, fundador de la Institución Libre de Enseñanza. Federico García Lorca fue su director artístico, ayudado en esta labor por Eduardo Ugarte.